Subo a la custer, me siento en el tercer asiento de la fila derecha para no ser la primera opción cuando sube alguien que tiene prioridad, como un anciano o una embarazada. La custer - mal aspectosa por dentro y por fuera - tiene el techo bajo. Alguien como yo, de metro ochenta, irremediablemente tendría que mirar al piso si va parado. Sentado, saco las piernas hacia el pasillo porque la distancia que me separa del asiento de adelante es tan pequeña que tendría que cortar un buen trozo de fémur para que mis piernas entren.

Sube la gente, baja la gente. Algunos olores agradables, otros no tanto. A veces, sube gente comiendo salchipapas y el olor inunda la custer.  Dependiendo de mi ánimo, se me antoja o lo repudio con todas mis ganas. La custer avanza con el traca-traca de su motor acompañando el viaje.

Sigue subiendo gente, pero esta vez suben los indeseables. Una mujer, quizás 20, 22 años, sube y se sienta en los reservados. No hay problema mientras no tenga la obligación de ceder el asiento a alguien que lo necesite. Pero se llena la custer y sube alguien que necesita el asiento: un señor, de unos 60 años, con cojera en la pierna derecha.

Sube, se queda parado al lado del asiento reservado, y no pasa nada. Sigue parado un buen tramo. La muchacha, con su cartera y algo que podría ser un cuaderno, lo mira, y se dedica a mirar hacia afuera. Es, en mi ranking, una perfecta candidata a ser la estúpida del año. Acompañada, claro está, por el boletero, que sólo se dedica a arrimar a la gente al fondo para poder llenar la lata de atún en que viajamos.

Cotidiano, repetitivo, frustrante. Esta tipa aprenderá lo importante que es ceder el asiento cuando la embaracen y tenga que seguir viajando el micro. Que el boletero que le toque tenga la decencia de exigir que le dejen el asiento. Y que la persona que esté sentada en su asiento, tenga la decencia de pararse sin esperar que se lo pidan. Si no sucede, será una epsecie de justicia divina que podría explicarse en una frase: "que se joda por idiota"